En toda sociedad, la juventud es el reflejo de futuro, del intercambio de ideas, del progreso, del desarrollo de cambios. Pero ser joven representa también enfrentar desafíos y crear o recrear un espacio propicio y acorde para cumplir con las necesidades de la vida.
El desarrollo de cada joven resulta directamente proporcional a las posibilidades de aprendizaje y conocimientos a las que puede llegar. No necesariamente un título universitario garantiza un excelente desarrollo económico en el futuro, también lo pueden ser los saberes de oficios, el nivel de alfabetización que posee, y hoy, el acceso a las nuevas tecnologías y plataformas.
Según datos provistos por UNICEF, en los últimos años, la franja de personas que va de los 14 a los 29 años de edad constituyen la generación más numerosa de la historia de la humanidad. Sin embargo, no por ello son los más favorecidos. Los jóvenes se enfrentar a diario con la falta de puestos de trabajo, el difícil acceso a la educación por los costos que ello conlleva y, muchas veces, son vulnerables al tener que aceptar trabajos precarios o donde los abusos y la explotación son monera corriente.
Justamente, la juventud en África es altamente numerosa y en constante crecimiento, ya que es el continente con población más joven del mundo, con una edad media de 18 años, propiciada sin duda por la media de países como Nigeria (edad media de 15.4 años), Mali (15.8), Uganda (15.8), Angola (15.9), o Zambia (16.8). Alrededor del 60% de la población africana tiene hoy menos de 25 años y, en dos generaciones, se estima que los jóvenes pasen de ser 447 millones a 1300 millones.
Los lazos que unen a las juventudes africanas con los derechos fundamentales resultan muchas veces controversiales. A pesar de ser un continente lleno de población joven, no por eso deja de ser un continente con una postura patriarcal muy arraigada, donde los hombres jóvenes gozan de más privilegios y derechos que las mujeres jóvenes.
Aunque la tasa de escolarización ha aumentado en las últimas décadas en todo el continente, el acceso a la educación sigue siendo uno de los grandes problemas. Datos del ISU (Instituto Estadístico de la UNESCO) afirman que casi el 60 % de jóvenes de entre 15 y 17 años no van a la escuela en África Subsahariana.
Todavía hay países africanos con importantes carencias educativas y, como consecuencia, con el correspondiente analfabetismo. Lo que conlleva que a las futuras generaciones de jóvenes africanos les sea mucho más difícil desarrollar una vida económicamente sustentable y con permanencia, al igual que el acceso a otros derechos como son la salud, la vivienda digna, el poder salir de la pobreza, el acceso a agua y comida, entre otros.
Esto se refleja cada año, con las olas migratorias de cientos de jóvenes que, en busca de mejor calidad de vida, muchas veces arriesgan su propia vida en precarias balsas rumbo a lo que ellos consideran “la salvación”, Europa.
Las juventudes africanas se merecen un cambio de rumbo, y que no sea Europa su porvenir de futuro, sino que puedan desarrollarse como la generación que se levanta y cambia las cosas en sus propios países y naciones. Es imperativo que la comunidad mundial deje de excluir de privilegios y derechos a los africanos y africanas. África debe dejar de ser el ejemplo mundial de hambre y pobreza. África debe dejar de ser un continente donde los derechos humanos queden relegados o sean para muy pocos.
Si juventud es sinónimo de cambio y progreso, juventud en África debe ser sinónimo desarrollo y derechos. Es la misma juventud africana la que deben decidir su propio futuro y erradicar el estancamiento colectivo. Los derechos humanos en África deben estar garantizados con plenitud y es la juventud de ese continente la que debe ejercer la acción de cambio.
Juan Pablo Urcola
Lic. en Comunicación Social (UNQ)
Diplomado en Ciencias Sociales (UNQ)