Mapa Interactivo Lugares de memoria relacionados
con graves violaciones a los derechos humanos

Arpilleristas de Lo Hermida

Patrimonio artístico
Patrimonio artístico
Inmaterial
Tema: Persecución política

Dirección

Barrio de Lo Hermida, comuna de Peñalolén

País

Chile

Ciudad

Santiago de Chile

Continente

América

Tema: Persecución política

Objeto de memoria

Las arpilleras como medio de denuncia y resistencia fueron originalmente utilizadas por mujeres de diversas comunidades en Chile como un instrumento contra la censura durante la última dictadura militar de ese país (1973-1990), difundiendo a través de sus escenas y figuraciones diversas violaciones a los derechos humanos perpetradas por el gobierno de facto. Desde entonces y hasta el día de hoy, sus representaciones funcionan también como vehículo de la disconformidad de sus creadoras y de la sociedad civil chilena con diversos eventos y situaciones políticas, económicas y medioambientales que afectan a los/as ciudadanos/as, comunidades y pueblos originarios.


Acceso al público

Libre


Vínculo UNESCO

El colectivo de Arpilleristas de Lo Hermida fue declarado Patrimonio Humano Vivo por UNESCO en 2012.

Descripción del lugar

En Chile se denomina como arpilleras tanto a una técnica artesanal tradicional como a las obras que resultan de su ejercicio, construidas con materiales recuperados o reciclados como tela, cobre, lanas e hilo, entre otras. Retazos y fragmentos de los materiales mencionados, de distintos colores y diseños, se recortan y se unen a una tela más gruesa mediante diversos puntos bordados con aguja, hilo y lana para crear una pieza textil artística o tapiz que representa escenas de la historia política del país y/o vivencias cotidianas.

El 11 de septiembre de 1973, las fuerzas armadas de la República de Chile se sublevaron y llevaron a cabo un golpe de Estado a cargo de la Junta Militar compuesta por los generales Augusto Pinochet Ugarte, Gustavo Leigh, César Mendoza y el almirante José Toribio Merino, comandantes en jefe del Ejército, de la Aviación, de Carabineros y de la Marina respectivamente. El país atravesaba en ese momento una crisis económica y un proceso inflacionario agravados por el bloqueo económico del gobierno de los Estados Unidos y el consecuente cierre de las importaciones chilenas a ese país. Los militares golpistas exigieron la renuncia al presidente Salvador Allende, líder del Frente de Acción Popular que asumiera la presidencia el 4 de noviembre de 1970 luego de elecciones democráticas. Allende anunció que no se entregaría y murió en el sangriento ataque del ejército al Palacio de la Moneda.

Tras la disolución del Congreso Nacional, la dictadura fue liderada por una junta de gobierno militar encabezada por el comandante en jefe del Ejército, Augusto Pinochet, quien gobernó en un estado de excepción en el que los partidos políticos fueron proscritos y se prohibieron las movilizaciones sociales y sindicales. Desde 1974, los órganos de seguridad e inteligencia  –particularmente la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA)– ejercieron una política de persecución y represión sistemática a cualquier forma de oposición o disidencia con el régimen militar.

En paralelo, el gobierno de facto propuso reformas que constituyeron una revisión de la política económica del país durante los últimos tres cuartos del siglo XX. La primera etapa del modelo neoliberal chileno, que comprendió los años 1974 a 1982, se tradujo en una gran liberalización de las importaciones, importantes reformas del sistema financiero y una significativa apertura comercial hacia el exterior. Como resultado de estas medidas, Chile experimentó un elevado índice de desempleo, disminución de los salarios, el cierre de numerosas empresas y un desaliento en la formación de capital de inversión. Todas estas consecuencias impactaron de forma perceptible en la vida cotidiana de miles de personas en el país y especialmente en los barrios y zonas populares y en condiciones de vulnerabilidad social y económica.

Los reclamos y manifestaciones en contra de la dictadura fueron incrementándose, y recién en 1988 se convocó a un referéndum, en el que la ciudadanía votó a favor de la convocatoria a elecciones democráticas.

El 11 de marzo de 1990 asumió Patricio Aylwin, el primer presidente democrático tras el golpe de Estado. Sin embargo, el régimen político siguió condicionado por la presencia del general Pinochet, quien fue el jefe de las Fuerzas Armadas chilenas hasta 1998 y luego, como senador vitalicio, siguió ejerciendo cierta tutela sobre el ejército chileno.

En abril de 1990, el nuevo gobierno democrático creó la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación que investigó los crímenes cometidos durante la dictadura. El número de personas detenidas, torturadas y exiliadas ascendió a 40.000, entre las cuales más de 3.000 fueron asesinadas o permanecen desaparecidas.

La técnica y producción de las arpilleras e incluso su carácter de vehículo para la protesta social registra antecedentes en las décadas previas del siglo XX en Chile: la bordadora Leonor Sobrino recogió una antigua tradición folklórica para desarrollar desde 1960 los primeros talleres de bordado y tejido en arpillera junto a las mujeres de la Isla Negra (ubicada en el litoral central del país) y la cantante Violeta Parra exhibió sus obras en arpillera, entre ellas “Contra la guerra”, en el Museo del Louvre en 1962.

En el contexto de la dictadura de Pinochet las arpilleras comenzaron teniendo un sentido terapéutico y terminaron desempeñando un importante rol político y, para sus realizadoras, de soporte económico. Durante el primer mes de la dictadura pinochetista (septiembre de 1973), iglesias católicas, evangélicas y de la colectividad judía chilena crearon el Comité de Cooperación para la Paz en Chile (también conocido como Comité Pro Paz y como COPACHI). Esta entidad tuvo como objetivo asistir a aquellas personas en situación de necesidad o peligro a causa de la nueva realidad política, amparando en especial a aquellos más directamente afectados por la represión. Entre otras acciones, el Comité facilitó financiamiento y asistencia técnica para iniciativas laborales como talleres y microempresas, que ayudaron a paliar las consecuencias del desempleo o la ausencia de quien habitualmente fuera el sostén económico familiar. En el marco de esta red de asociatividad solidaria, los talleres de arpilleras llegaron a ser una de las experiencias más trascendentes, un espacio creativo donde se desarrolló una significativa conciencia colectiva de solidaridad ante las injusticias compartidas. El COPACHI dejó de existir el 31 de diciembre de 1975 a causa de presiones de parte de Augusto Pinochet, aunque sus labores fueron recogidas y profundizadas -incluyendo el potenciamiento de la labor de las arpilleristas- por la Vicaría de la Solidaridad a partir del primer día de 1976.

Mientras que la mayoría de los detenidos, desaparecidos y asesinados durante la dictadura fueron hombres adultos y jóvenes, la organización social para visitar a los detenidos y conseguir su libertad o para encontrar a los desaparecidos y establecer la verdad fue mayormente obra de mujeres. Las madres, esposas, hijas y hermanas lideraron la denuncia de la represión, en especial a través de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. Los primeros talleres de arpillera comenzaron en 1974, a pedido del Comité, a cargo de la artista plástica Valentina Bone junto a la Agrupación Desaparecidos. En ellos se recogía la tradición artística iniciada en la década anterior en Isla Negra y los diseños de vestimenta a partir de telas superpuestas elaborados por mujeres kuna de Panamá y Colombia, y fueron el antecedente inmediato para el surgimiento del Taller de Arpilleras de Lo Hermida y muchos otros en diversas zonas de Santiago de Chile y algunas provincias. Éstos funcionaron durante más de tres décadas bajo la égida de la Vicaría de la Solidaridad y su heredera, la Fundación Solidaridad, y estaban orientados a ofrecer una ayuda económica a las mujeres con la producción de los tapices: la mayoría de las arpilleristas pertenecían a las comunidades más vulnerables y empobrecidas de la sociedad chilena, especialmente afectadas por el reordenamiento económico y represivo de la dictadura. Además de fungir como herramienta para la supervivencia económica y de expresar en sus escenas una forma de denuncia de lo que estaba prohibido decir -la represión, las desapariciones y torturas, el hambre provocado por el desempleo, la falta de acceso a salud y educación-, las arpilleras tuvieron una función terapéutica, de apoyo psicológico y emocional. A través del ejercicio de esta técnica, sus creadoras podían reunirse y conocer las experiencias similares que vivían otras mujeres a la vez que externalizar experiencias vividas y volcar ideales en sus obras.

Con retazos de telas a veces sacados de su propia ropa, en estas obras usualmente anónimas el bordado complementa la costura y refuerza la narración explícita de hechos concretos. La técnica resulta sumamente versátil, relativamente sencilla de transmitir y de bajo costo, dado el uso de materiales reciclados: sacos de papa, hilos, agujas y tijeras. Durante la dictadura fue usual que abogados extranjeros compraran los trabajos, que circularon en Chile en mucho menor medida que fuera del país. Hacer, tener y/o exponer arpilleras eran consideradas actividades riesgosas, y las arpilleristas trabajaban clandestinamente, muchas veces en horarios y espacios inusuales. Para la junta militar, las arpilleras eran “tapetes difamatorios”, “artesanía sediciosa”, “material subversivo” y “propaganda antichilena”.

Las cultoras Patricia Hidalgo y María Madariaga son actualmente las únicas dos arpilleristas que desde 1976, aún llevan adelante el trabajo y la tarea de transmisión de saberes para la producción de estas obras. Si bien con la llegada de la democracia en 1990 siguieron realizando arpilleras para la Fundación Solidaridad, en el año 2011 ésta cerró sus puertas y la arpillera como lenguaje visual e imaginario colectivo y como soporte de denuncia política y social se encontró en riesgo de desaparición. Sin embargo ese mismo año el Museo de la Memoria de Chile invitó a Hidalgo y Madariaga a participar en una serie de charlas y talleres sobre la arpillera, abriendo el camino para la enseñanza y transmisión de la técnica a nuevas generaciones. A partir del año 2012, las cultoras comienzan a difundir su trabajo a distintas zonas de Peñalolén a través del proyecto Ocuparte, promovido por la Corporación Cultural de Peñalolén, realizando talleres de arpilleras en diversas juntas de vecinos de la comuna.

Las arpilleristas se convirtieron en agentes de cambio social y de resistencia política mediante el empleo de una herramienta considerada tradicionalmente femenina, como reivindicación no violenta a las situaciones que estaban viviendo en el ámbito individual y colectivo. Sus obras están sustentadas en una politización del cuidado dado que en ellas se articulan la denuncia a través de la ética maternal, la acción colectiva surgida de la necesidad de sustento familiar, y una técnica y materiales asociados a la inocencia y el candor, pero utilizados en sus telas para desafiar la autoridad dictatorial y patriarcal. Al registro del Golpe de Estado y la denuncia de las violaciones a los derechos humanos, con los años sumaron el retrato de la cotidianeidad popular durante la dictadura, el comentario sobre diversas facetas de la transición y la posdictadura, y la observación de algunas problemáticas del Chile actual como los reclamos de pueblos originarios, las protestas estudiantiles o las movilizaciones por causas ambientales. A través de los saberes y prácticas que soportan la producción de arpilleras, sobre las que a su vez se sostiene una particular visión del mundo, estas artesanas dan cuenta de un patrimonio cultural inmaterial que las ha llevado a ser valoradas como Tesoros Humanos Vivos por la UNESCO en el año 2012.